02 julio, 2009

Feromonas en el ser humano

Hace tiempo que el estudio de la conducta sexual humana suscitó en mí la curiosidad de saber si ésta, así como otros comportamientos, estarán en parte influidos por la existencia de ciertas sustancias llamadas feromonas. No existe demasiada investigación sobre el tema en animales humanos, y buena parte de ella ha sido realizada por laboratorios que se dedican a comercializar estas sustancias, lo cual explica la baja calidad de los estudios y los intentos clamorosamente intencionados por hallar evidencia confirmatoria. Una revisión completa sobre el tema la ofrece, por ejemplo, Hays (2003). A pesar de la escasa evidencia, sin duda la que hay puede ayudar a reflexionar acerca de más de un mito sobre estas famosas sustancias.

Una definición comúnmente aceptada de feromona sería “cualquier sustancia secretada por un individuo y recibida por otro de su misma especie, en el cual provoca una reacción específica tal como una conducta definida o una reacción fisiológica”, como por ejemplo cambios en el ciclo de estro o provocación de conducta de lordosis. Las más comunes entre primates serían segregadas a través de las glándulas sudoríparas. En humanos, las axilas contienen glándulas especiales de gran tamaño, que además muestran diferencias entre hombres y mujeres. El sudor secretado por estas glándulas sirve de nutriente para ciertos tipos de bacterias, que producen variedad de olores. Otras regiones que parecen tener cantidades importantes de estas glándulas son los pezones o las mejillas. En mujeres, se cree que las secreciones de los pezones pueden ser detectadas por los lactantes, como ocurre en otras especies de animales. La saliva también sería un buen lugar para la búsqueda de feromonas, pues muchas otras especies las poseen en ella; así como los fluidos vaginales, que contienen ciertas sustancias de efecto feromonal en otros animales.

En humanos, están bien documentados ciertos efectos conductuales de los olores, concretamente en la conducta de emparejamiento, y sobre todo en el caso de la mujer, que parece ser más sensible a gran variedad de olores y sustancias, especialmente en la etapa fértil del ciclo menstrual. Muchos autores consideran estos efectos como no feromonales porque no se ajustan a la definición: no provocan una “reacción específica”. Por ejemplo, el olor corporal puede proporcionar información sobre el sistema inmunitario del individuo, llevando a la elección preferente de compañeros con un patrón de histocompatibilidad diferente al propio. Esta conducta estaría favorecida por la presión selectiva: parejas con similares patrones de histocompatibilidad tienen mayores problemas reproductivos (nacimientos antes de término, abortos e infertilidad). Un caso clarificador es el de cierta secta endógama estadounidense, en la cual las coincidencias en las parejas son menores que las esperadas por emparejamientos al azar. Los experimentos indican que tanto hombres como mujeres muestran preferencia por olores axilares de individuos con patrones de histocompatibilidad diferentes al propio. Esto no indica necesariamente un efecto directo de ciertas sustancias sobre la conducta, pues dicha preferencia puede ser explicada por una comparación entre el olor propio y el ajeno. Diferentes patrones de histocompatibilidad, por varias razones, darían lugar a olores corporales distintos.

En general, se considera que las feromonas son recibidas por el órgano vomeronasal (OVN), que envía proyecciones al bulbo olfatorio accesorio. La inexistencia de este último en los humanos y la atrofia del OVN fueron considerados durante un tiempo evidencias de la no existencia de feromonas en humanos. Sin embargo, otras revisiones (por ejemplo Baxi, Dorries y Eisthen, 2006) indican que también el epitelio olfatorio puede funcionar como receptor de feromonas, y que éste y el OVN pueden diferir en el tipo de sustancias a las que responden (por ejemplo, dependiendo de la volatilidad de la sustancia), pudiendo ambas recibir tanto olores como sustancias feromonales.

Vemos, pues, que en principio no es descabellado pensar que puedan existir feromonas en los humanos. Principalmente, la investigación se ha centrado en 3 ámbitos: los hipotéticos efectos de las feromonas axilares, de las vaginales, y de la estimulación del OVN.

En humanos se han encontrado diversas sustancias potencialmente feromonales en el sudor axilar, y los efectos de algunas de ellas han sido puestos a prueba en diversas investigaciones. Algunos estudios han encontrado resultados positivos tales como el incremento de sentimientos de atracción hacia miembros del sexo opuesto, o el incremento de la conducta de sumisión en mujeres en período de ovulación. Sin embargo, la mayoría cometen graves fallos metodológicos, como la ausencia de grupo control y la no utilización de sustancias de olores similares o del enmascaramiento para descartar efectos directos del olor, como por ejemplo reacciones afectivas derivadas del aprendizaje. Los estudios que sí incorporaron dichos métodos de control no encontraron efectos significativos de posibles feromonas. A pesar de esto, muchas empresas no dudan en vender estas sustancias como potenciadores del atractivo sexual.

Una vía específica de investigación con este tipo de moléculas es la de la sincronización del ciclo menstrual en mujeres mediada por las feromonas axilares. Se parte de la hipótesis de que mujeres que conviven juntas acabarán sincronizando sus ciclos menstruales. Diversos estudios hallan evidencia de este fenómeno en múltiples contextos (residencias universitarias, parejas de lesbianas, miembros de la misma familia, etc.). El mismo fenómeno ha sido encontrado en otras múltiples especies. Sin embargo, muchos de los estudios en humanos han sido criticados por errores metodológicos, lo cual resta credibilidad a la evidencia. Otros estudios muestran que la longitud del ciclo menstrual de la mujer puede variar con la exposición a olores axilares de otras mujeres, y acelerarse con la interacción repetida con hombres. Sin embargo, en general puede considerarse que la evidencia es insuficiente para afirmar que existe un efecto claro.

En cuanto a las feromonas vaginales, llamadas copulinas, se sabe que tienen una poderosa influencia en la conducta de apareamiento de otros animales. Sin embargo, se carece completamente de evidencia de este hecho en humanos. Tales sustancias se encuentran en mujeres, pero probablemente tengan otro tipo de funciones. Además, el hecho de que la ovulación en la mujer sea encubierta (lo cual tiene una sólida explicación evolutiva) apoya la idea de que tales efectos no existen en nuestra especie. Esto, al igual que en el caso anterior, no impide que algunos se planteen la idea de comercializar productos basados en estas moléculas.

Por último, están los estudios de estimulación del órgano vomeronasal, o más correctamente de sustancias que estimulan las células de dicho órgano. En mujeres, se ha comprobado que las células del OVN reaccionan a la androstadediona (una sustancia axilar), y que la exposición a esta sustancia enmascarada por otros olores provoca cambios en el sistema límbico, evaluados por neuroimagen, así como en la temperatura y la conductancia de la piel. Estudios conductuales encuentran una reducción de estados afectivos negativos. En hombres, se ha hallado un patrón de respuesta fisiológica semejante ante el estratetraenol (una sustancia presente en la orina de las embarazadas), aunque no de la respuesta conductual, que parece ser opuesta. La reflexión sobre las posibles causas evolutivas de estos resultados hace que parezcan bastante coherentes y probables. Esto podría sugerir que, a pesar de su atrofia, el OVN podría tener ciertas funciones de recepción de sustancias en el ser humano, aunque el efecto también podría estar mediado directamente por la mucosa olfativa. Cabe señalar que estos estudios carecen también de grupo control, aunque el número de individuos sin OVN es importante (es frecuentemente dañado en cirugía nasal); y que además son escasos, por lo que sería útil contar con más réplicas. No obstante, siguen siendo la evidencia más clara de existencia de feromonas en el ser humano, lo cual también ha llevado a su pronta comercialización.

Esta breve revisión de la evidencia acumulada hasta hoy en día permite sacar muy pocas conclusiones. Es difícil discriminar las publicaciones serias y rigurosas de las propagandísticas, y buena parte de los estudios están subvencionados por compañías que comercializan productos con un supuesto efecto feromonal. Podríamos decir que, de existir, el efecto de posibles feromonas en humanos sería bastante discreto y sutil, lejos de los increíbles resultados que nos venden algunas empresas. Se puede comprobar además que es una forma de influencia en la conducta de los semejantes que tiene poca importancia en los simios del Viejo Mundo, en contraste con los del Nuevo Mundo, lo cual también apoya la idea de que su valor es escaso en nuestra especie, para la cual existen muchas otras claves (principalmente visuales) para la elección de pareja.

Referencias:

Hays, W. T. S. (2003): Human pheromones: Have they been demonstrated? Behavioral Ecology and Sociobiology, 54, 89-97.
Baxi, K. N., Dorries, K. M., Eisthen, H. L. (2006): Is the vomeronasal system really specialized for detecting pheromones? Trends in Neuroscience, 29 (1).
Rantala, M. J., Eriksson, C. J. P., Vainikka, A., Kortet, R. (2006): Male steroid hormones and female preference for male body odor. Evolution and Human Behavior, 27, 259-269.


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